Patrick Boissel se levanta temprano. Se despeja, desayuna y tira para la oficina. Cuando llega a Alive, el sello que creó hace 20 años en Los Ángeles, Suzy Sham –su mujer y socia– ya está allí. Suzy madruga más y cuando Patrick llega ya anda atareada con los pedidos y el correo.
Boissel (1959) dedica las mañanas al trabajo más aburrido y pasa las horas enganchado al teléfono gestionando la comunicación con sus socios de la costa Este y con los europeos. No tardarán mucho en llegar los vecinos de Patrick, que cada mañana dejan en la oficina a sus tres perros antes de ir a trabajar. La presencia de los animales relaja el ambiente. Los perros se acurrucan en alguna esquina soleada y esperan a que llegue la hora del paseo. El día coge más ritmo después de la hora de comer. La tarde incluye citas con los músicos del sello, reuniones con managers, productores y artistas gráficos que dan forma a los próximos lanzamientos de Alive Naturalsound.
Entre todo este jaleo de llamadas y reuniones, Patrick intenta sacar tiempo para escuchar las decenas de maquetas que recibe de grupos que quieren ser las próximas estrellas del sello. “La música trata de emociones y yo reacciono a lo que escucho. Primero pasa por el corazón y luego por la cabeza. Si el sonido de una banda no me engancha desde el principio sé que no va a encajar en el sello”, explica Boissel. “Con los años he aprendido a que no tiene sentido seguir dándole oportunidades a un disco o a un grupo que no ha entrado bien de primeras”, añade.
Han pasado veinte años desde que Boissel se lanzó a la aventura de crear su propio sello, veinte años en los que este francés ha editado cientos de discos que van desde el garaje más salvaje al blues más crudo pasando por apuestas puntuales por otros géneros. “Pasé muchos años trabajando en discográficas y en distintos proyectos y llegó un momento en el que sentí la necesidad de dirigir un sello que reflejase mis distintas sensibilidades musicales y que no tuviese interferencias externas”, explica Boissel.
Los comienzos de Alive fueron mejor de lo esperado y el sello californiano consiguió hacerse un hueco y un nombre en la escena local. “Al principio tuvimos una serie de aciertos que nos dieron un buen nivel de independencia económica y aquello marcó mucho los primeros años”, relata. Pero Alive no deja de ser un proyecto personal, un sello pequeño que aspira a mantener la independencia y la capacidad de riesgo. “Estar como estamos resulta un privilegio, pero también es un reto diario”, admite Boissel. “Seguimos corriendo riesgos al dar oportunidades a muchos artistas debutantes que para mí son lo que dan auténtico sentido a todo esto”. Ese riesgo pasa por bandas jóvenes que debutan con Alive -como han hecho recientemente The Bloodhounds o John the Conqueror– pero también por meter en el estudio a viejos perdidos del blues como T. Model Ford, fallecido en 2013 con más de noventa años, o Andre Williams, un artista tan único como salvaje que debutó en 1957. “Los dos son grandes talentos y me emocionó la idea de que fuesen parte del sello. Además, siempre he creído que el blues no tiene edad. Cuanto mayor eres mejor música haces. Creo que al blues le pasa lo contrario que al rock and roll”, explica Patrick.
Uno de los descubrimientos de Boissel es, 13 años después, uno de los grupos de más éxito del mundo: The Black Keys. El dúo de Akron grabó con Alive su debut, The big come up (2002). “Recuerdo a dos chavales haciendo música en un sótano”, rememora Boissel. “Cuando los firmé no tenían fans, ni discos que vender ni habían estado de gira. Básicamente, aparecieron de la nada. Cuando tuvimos el disco terminado supe que teníamos algo especial, pero jamás imaginé que acabarían formando parte de la cultura pop de América. En este negocio las probabilidades tienden a estar en tu contra”, reflexiona.
El éxito, en esta profesión, suele ser evasivo. Por cada grupo que acaba triunfando hay cientos que la gente ya ha olvidado. “El éxito es la excepción, no la regla”, asegura Patrick. “Hay grandes discos ahí fuera que nunca encontraron una audiencia. En realidad, muchos de los artistas que adoramos en su día fueron fracasos comerciales y la historia está llena de ese tipo de grupos”, admite. En esa línea se mueve su sello, en ese complicado equilibrio entre los álbumes que venden y te permiten seguir adelante y los que acaban olvidados sin pena ni gloria.
Tras una mañana junto al teléfono, de pasear a los perros y de comer, después de las tardes repletas de reuniones y de esos ratos para escuchar los nuevos discos, llegan las seis de la tarde y Patrick apaga la luz de la oficina y cierra la puerta. Vuelven los vecinos a recoger a los perros y si ese día toca algún grupo del sello igual la noche se alarga un poco todavía. La jornada de trabajo ha terminado y Boissel reflexiona. “La verdad es que me siento orgulloso de seguir aquí y de estar haciendo algo que me encanta. Eso ya es mucho”.
Tomado de rollingstone.es